22 noviembre 2012

¿Por qué empecé a surfear?

Porque me dan miedo las olas.

Esta pregunta me la han hecho varias veces y la respuesta siempre deja perpleja a la gente.

Ojalá pudiera decir que, como la mayoría de los pros, empecé a surfear a los 5 años porque mi padre/madre/tío/hermano mayor ya surfeaba, pero no.

La realidad es que yo siempre he veraneado en un pueblito (llamémoslo así aunque ni supermercado tiene) en el que para mí había lo suficiente para mi infancia, es decir, tenía una pandilla de amigos, una playa y la confianza suficiente de mis padres como para poder campar por allí a mis anchas sin tener que dar explicaciones a nadie. Lo que cualquier niño desea cuando es pequeño. Pero claro, volviendo a lo que el surf se refiere, la playa está bañada por la Ría de Pontevedra, recuerdo que montábamos una fiesta cada vez que pasaba un barco y nos regalaba unas pocas olitas. Eso sí, como todo niño que se precie tuve mi intento de tabla de body y también hice mis pinitos en windsurf.


La primera vez que fui a La Lanzada tenía 16 años. Lo recuerdo perfectamente. Fui con una amiga y acojonaditas (con perdón) las dos, no nos atrevimos a meter ni un pie en el agua. Ese fue mi primer contacto con las olas. Aunque había ido una vez a una playa en Portugal con olas grandes cuando era muy pequeña pero no me acordaba.

A los 21 años me fui de Séneca a Coruña. Viví en un piso en la Plaza de Pontevedra, a escasos metros de la playa del Orzán. Salía a correr por el paseo y me cruzaba con gente en neopreno y con la tabla debajo del brazo, pasaba por delante de la estatua homenaje a los surfistas... Aquí fue cuando me empezó a picar el gusanillo. Si tenía miedo a las olas ¿cómo podía afrontarlo? Surfeando, pensé.

Empecé a preguntar por escuelas de surf pero la mayoría, como era invierno, daban clase sólo los fines de semana y yo me venía a Pontevedra así que, al final, la cosa quedó en nada. Pero, casualidades de la vida, ese verano empezaron a surgir las escuelas en La Lanzada, particularmente la escuela de Pipo (Golfiño surf school) y me apunté. Por aquella época Foxos era perfecta para aprender, tenía la derechita que salía del arenal y duraba bastante. Ese verano probé el longboard de Pipo y en seguida me enamoré, sabía, sin todavía tener ni idea de lo que se podía hacer en él, que esa tabla era la que yo quería

Ese invierno regresé a Madrid  y en el primer trimestre empecé a conocer el longskate a través de vídeos como los de Longboard Girls Crew y por Papá Noel decidí auto-regalarme uno para poder patinar en Madrid y no perder el feeling del surf. Mis días de patín en Madrid forman parte de otra historia que ya contaré otro día.

Mientras vivía en Madrid aprovechaba cuando venía en vacaciones para poder ir a la playa algún día que otro. Pero todos sabemos que dejar el surf por una temporada es complicado y cada baño que me daba parecía el primero otra vez.

Así que, como no sé que será de mí ni dónde viviré el año que viene, este tiene que ser mi año para el surf, sin olvidar los estudios, pero dedicándole todo el tiempo que pueda, bien sea en la playa o entrenando en tierra.

Lo que empezó como un reto se ha convertido en una de mis pasiones. Tengo que perderle el miedo a las olas sin perderle, nunca, el respeto al mar.




6 comentarios:

  1. No se como surfearás...pero escribir se te dá de maravilla.....;)

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  2. Que tal Maria!
    Me ha gustado mucho como lo has explicado, especialmente esa reflexión final.
    Un saludo y buen finde!

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  3. Me siento muy identificada! Ya verás cómo pronto les pierdes el miedo! Cada vez querrás olas mejores. Lo importante es disfrutar aunque sea con la más mínima ondulación!

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    1. Me alegro Pal! Disfruto a tope, que es lo más importante. Ahora hay que mejorar y perderle el miedo.

      Un saludo :)

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